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Dissabte, abril 27, 2024
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Unas últimas fiestas antes de crear la Sociedad de Festeros

Los 11.715 habitantes que en 1879 poseía la Villa de Ontinyent, habitando en sus “treinta y ocho calles y tres plazas”, según anotó en este año Juan B. Perales, y que además poseía “veinte y ocho fuentes; un paseo público y dos casinos, tres parroquias, tres Iglesias y cinco ermitas, asistidas todas por veinte y un sacerdotes” sustentando “seis escuelas públicas” y poseyendo “ocho médicos; dos boticas, cinco abogados, dos escribanos y cinco procuradores del juzgado”,fue testigo de dos importantes sucesos festeros moro-cristianos, que en el año anterior volvían a reaparecer tras un período de crisis políticas, bélicas, económicas y sequias.  

            La villa estaba presidida por el abogado D. José Nadal Insa, quien en tiempos pretéritos condujo una difícil y extrema situación, en la que se contabilizaban setecientas cincuenta familias pobres y reduciendo el servicio de algunas fuentes públicas. Conoció, con cierto recelo, el acuerdo tomado a principios de junio, por la Junta General de socios del Casino El Porvenir, a través de una comisión compuesta por Francisco de Paula Rico Amat, Antonio Silvaje, Luís Donat Alonso, Domingo Ferrero y José Peralta Juan, sobre la aspiración  de celebrar, con ciertas condiciones, las fiestas al Smo. Cristo de la Agonía, debiendo acudir para su puesta en marcha al Gobernador Civil de la Provincia D. Rafael Bethancourt Mendoza. 

Tomasinas

            El 30 de junio era el propio alcalde el que enviaba por su conducto a la autoridad provincial, la instancia suscrita por José Peralta Juan, como “Presidente de la Asociación de Fiestas del Smo. Cristo de la Agonía” (José Peralta es el presidente de la junta directiva del casino El Porvenir) instando la aprobación para celebrar los diferentes actos cívico-religiosos según el programa que acompañaba. Aceptado por la Junta Directiva y en conformidad con el cura de la Real Parroquia de San Carlos, que por unos meses lo fue el Rvdo. Jaime Palop, cuya autorización y beneplácito fue firmado en Valencia al día siguiente, indicando fuesen adoptadas las oportunas medidas para evitar desgracias y se alterase el orden público.

            La tarde del domingo 13 de julio se efectuó, el acto de la Publicación, unido al regocijo popular, el volteo general de campanas y los sones musicales de la reciente creada “Banda del muy ilustre Ayuntamiento de Onteniente”. El desfile de dos representantes de cada una de las filadas, con sus respectivos trajes oficiales, por el usual itinerario, levantó un sinfín de comentarios por la participación dels Capellans, que integrados por miembros del partido liberal progresista, recababa la reforma de su atavío, pues se confundía con el que vestían los clérigos a los que ponían en ridículo con sus actuaciones.

            Fácil es de suponer los comentarios, reacciones y disgustos provocados entre los festeros y muchas “personas sensatas” que mostraron su disconformidad, abogando y pidiendo su prohibición y, en consecuencia, se facultase a la alcaldía para advertir al presidente del casino y a los componentes de la misma filada que llevasen a término la reforma o en su caso más radical, se disolvieran. Fue esta filada, su atavío y muchos de sus comportamientos los que hicieron correr ríos de tinta por los rotativos de estos años llenando muchas horas de tertulia, hasta su expulsión total del festejo, quienes requieren ser tratados en un especial capítulo.      

            Integrando las huestes cristianas las filadas de: Estudiantes, Cruzados (vulgo Capellans),  Marineros, Tomasinas, Contrabandistas, Zuavos, Caballería Cristiana y las sarracenas las de: Moros Marinos, Turcos, Rifeños (Kábilas), Moros de la Lana y Caballería Mora. La villa quedó convertida en el escenario del auto sacramental. Instaló a la subida del Regall la fortaleza de madera, para que simbolizara la esencia del recién recuperado festejo que, ante ella, en su tercera y postrera jornada, coincidente con el 1º de septiembre, fuesen disparados trabucos y arcabuces enmudeciendo para el recitar de la embajada concluida con la pertinente conquista.

            Si las serenatas de las bandas de música, junto a los bailes de filadas, llenaron de nueve a doce las noches, el volteo de los cinco bronces del nuevo campanario del templo de San Carlos encendieron el despertar a las intensas horas festivas para aquellos pobladores angustiados y esperanzados en un futuro cercano.

            Clamor y aplausos acompañaron el desfile de la triunfal entrada al ritmo de pasodobles y marchas militares, vivido a las seis y media de la mañana, después que en la irrepetible madrugada, entre dos luces, discurriese la diana. Versos, dulces y juguetes repartieron a manos llenas los tripulantes de las fragatas Méndez Núñez y Almanzor a las gentes asentadas en las aceras de las calles Gomis, Mayans y Costereta de les Botigues, y a las asomadas también en ventanas y balcones ricamente ornamentadas.

            Singular y mística fue la tarde del último sábado de agosto cuando a las cuatro de la tarde los defensores de la cruz reunidos en la plazoleta de San Carlos se dirigieron por las calles de Jardines, plaza Nueva y Canterería a la ermita de Santa Ana bajando en piadosa procesión al Smo. Cristo de la Agonía. Mientras, las huestes sarracenas, formadas a las espaldas del templo de San Francisco, se dirigieron por el camino de Santa Ana hasta colocar una avanzada en la entrada del camino de los Presos que, al observar la bajada de los cristianos, abrió fuego de arcabucería, librándose una incruenta batalla a los pies de la loma. Se retiraron hacia la población hasta el Pont Vell, en cuya desaparecida puerta de Santa Ana, esperó el clero parroquial de San Carlos con su rector D. José Ramón Ferri Sancho e invitados y el M.I. Ayuntamiento la llegada de la venerada y milagrosa imagen, a la que acompañaron hasta ser colocada en el presbiterio del Real Templo.  

            La fiesta, generosa, continuó en el domingo plagado de incienso y plegarias. Tras la diana todas las filadas acompañaron a capitanes y abanderados, custodiados por un pequeño piquete, hasta la Casa Consistorial donde aguardaban el Consistorio Municipal y la Junta Directiva de Fiestas. Festeros, autoridades civiles y militares acompañados de la música, avanzaron por el corto recorrido y llegados a la Real Parroquia, se dispusieron a participar en la solemne misa oficiada por su párroco, teniendo por diácono a su vicario, D. José Albert Mollá, y por subdiácono al capellán del ermitorio de Santa Ana, D. Lorenzo Colomer Pla, revestidos con un magnífico terno rojo de espolín a los pies de la cetrina imagen. A la conclusión del ceremonial y, con el mismo ritual, quedaron depositadas las banderas en la Casa Consistorial.

            La vespertina procesión general con la participación de festeros y fieles, fue majestuosa por las calles. Lágrimas, emociones y rezos se ofrendaron ante la imagen que en años anteriores recorrió aquellas calles en procesión de rogativas suplicándole el agua para tierras y acuíferos. La piadosa manifestación presidida por las autoridades civiles y eclesiásticas, fue saludada a su llegada al templo por gran número de luces de bengala encendidas desde ambas fragatas, que horas más tarde serían coprotagonistas de la mágica “Nit del Riu”.

            Después de permanecer veintitrés días en la Villa, la cetrina imagen regresó a su habitáculo, clausurándose los festejos celebrados gracias a todos pero sobre todo a la insistencia de la Junta de Socios del Casino El Porvenir que, por última vez, los organizó y cuyo presidente recibía el 4 de septiembre un hermoso comunicado de felicitación de la alcaldía “para su satisfacción y de la Sociedad que preside”.

            Organizada la Fiesta por la Junta del Casino del Porvenir, la génesis de crear la Sociedad de Festeros en el último trimestre de este año de 1879, constituiría el otro gran evento del festejo de moros y cristianos. La fiesta seguía evolucionando y, con ella, su estructura, organigrama y desarrollo.

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