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La Purísima nombrada “ALCALDE DE HONOR”

Las campanas de toda la ciudad redoblaron con sonidos únicos e inconfundibles el jueves 27 de mayo de 1954. Desde el atril de su fe y devoción hacia Nuestra Señora la Inmaculada Concepción, Ontinyent, protagonizó un momento histórico que permanece vivo en la memoria de muchos de sus habitantes. Un álbum de sensaciones, de recuerdos y de estampas guarda la emotiva celebración. Una historia sin mancha inflamada de ferviente devoción, abierta como una granada con el gozo por la celebración del I Centenario del Misterio de la Concepción que en jubilosa liturgia acogió y celebró la Coronación Pontificia de nuestra Excelsa Patrona.

            Narrada en los renglones de sus anales, en el cúmulo de fervores y alabanzas vestidos con los tonos albiazules que la ciudad mostraba y bullendo en sus calles la fiesta y el clamor desbordado de sus gentes, se escribieron, con cariño, momentos únicos e irrepetibles de los que disfrutó de la belleza inabarcable de María Inmaculada.   

            Antes que la nueva presea, costeada por los donativos específicos de fieles y devotos, coronase las sienes de la Purísima, en la singular y bella obra de orfebrería, que vino a engrandecer notablemente su ajuar, y que cinceló José Bonacho David en sus talleres de la calle Salinas nº 5, de nuestra capital, tuvo lugar, al mediodía del anterior domingo un glorioso pórtico.

En privado fue trasladada desde su Real y Pontificia Capilla la hermosa imagen de nuestra Patrona a la ermita de “El Pla”, donde se preparó el gran acontecimiento histórico de su entrada en la entonces villa, como recuerdo fiel y emocionante de la anhelada llegada, que la tradición enmarca en el atardecer del 3 de diciembre de 1666.    

A mitad tarde, una resplandeciente y esplendorosa cabalgata, después de partir de las Casas Consistoriales, se trasladó a la entrada del Dos de Mayo, por las calles de Mayans y Gomis, inundadas de belleza, para recibir, con el natural regocijo, a la Purísima.

Con emoción incontenible, ardió el entusiasmo inmaculista, exteriorizado en fervor mariano colmado de plegarias, vítores, aplausos y lágrimas. Difícil fue plasmar el singular acontecer. La belleza de la imagen labrada en plata, simbolizando la pureza de su alma, y bendecida la tarde del 7 de diciembre de 1941, apareció en un tabernáculo sobre una carreta tirada por una yunta de bueyes. Atronadores fueron loa plausos, el disparo de cohetes y el sonar de campanas en aquel hermoso y preciso instante que, una vez más, pregonó la presencia de la bendita y privilegiada Mujer.

Ella sin corona, con tan solo una sencilla diadema de flores de azahar en su frente, arribó a su ciudad, para ser coronada por el prelado valentino. Todos sus pobladores salieron a las calles para gozar de un ambiente de armonía y complicidad, conscientes de que nunca más se repetirían aquellas estampas que tanto les emocionaron y hermanaron.

La comitiva de la que formaron parte los habitantes de las fecundas huertas del Pla, hizo un alto ante la Ermiteta, para hacer realidad el acuerdo unánime tomado por el Cabildo Municipal, de nombrar “Alcalde de Honor” a  nuestra Excelsa Patrona para las jornadas de la coronación, entregándole el bastón de mando, entre el estampido de carcasas y cohetes y el voltear gozoso de las campanas. Sería la prueba de la ferviente devoción y amor del pueblo de Ontinyent.

El Alcalde, Jaime Miquel Lluch, henchido su pecho de emoción, no pudo pronunciar una sola palabra y, con los ojos arrasados en lágrimas depositó el símbolo de su Autoridad a los pies de la Virgen. Aquellos instantes de devoción fueron un reencuentro con nuestra historia, una cita con nuestra tradición y una nueva oportunidad de gozo para con quien fue elegida en mayo de 1642 como patrona de la entonces Vila de Ontinyent, que a Ella se ofreció y entregó en cuerpo y alma.  

Con aquel ambiente lleno de luz, de color y ensoñación por la celebración de un gran acontecimiento que enaltecería de alegría, sones e ilusiones y con el continuo peregrinar de la explosión de un sinfín de carcasas, el entonar de sonoras oraciones y bajo la lluvia, la carreta continuó su andadura hasta el joyel de la Real y Pontificia Capilla en espera del glorioso jueves 27 de mayo, fiesta de la Ascensión del Señor, en el que había de ser coronada por el Excmo. y Rvdmo. Sr. Arzobispo D. Marcelino Olaechea Loizaga, quien pondría en sus divinas sienes la corona que Ontinyent le ofrendó, fruto de silenciosas renuncias de ocultos sacrificios.

Rafael A. Gandía Vidal

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