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La Purísima ya es Patrona de la Villa de Ontinyent

Con devoción solemne, los jurados de la villa atendiendo al clamor avenido de sus vecinos nobles, sencillos y laboriosos, “tots unanimes y concordes” designaron  en Consell del 29 de mayo 1642, como patrona a la graciosa Purísima, inmaculada de cuerpo y santísima de alma. El acuerdo tomado, tras el decreto del 23 de marzo de 1630 del Papa Urbano VIII, cuyo ministerio petrino ejerció desde 1623 y 1644, venía a regularizar los múltiples patronazgos habidos en las poblaciones, dejando en un segundo plano a los santos varones y dulces vírgenes protectores y mediadores en aquel siglo XVII acosado por pestes, plagas y terremotos que sembraron de dolor, hambre y destrucción.

Nuestra piadosa villa, bajo el amparo, entre otros, de San Gorgonio Mártir, San Bernardino de Sena, a quien se le dedicó una ermita junto al convento de los alcantarinos, San Roque, San Doroteo Mártir, Santa Ana y los Santos de la Piedra: Abdón y Senén y San Pedro de Verona, cristalizaba la ascendente y ferviente devoción a la “Senyora Sancta Maria”, bajo cuyo patrocinio fue puesto su templo en Ontinyent en el otoño de 1244, tras la conquista. Juan Prieto de la Zarza, capellán del Rey Conquistador,  con sagrada vestidura, roció con agua y sal sus muros, ungiendo de óleo santo sus regias pilastras y ofició el sacrificio de la misa.

Rigiendo la diócesis valentina el religioso dominico Fr. Isidoro Aliaga (1612-1648), y transcurridos doce años desde el decreto signado por el anillo de San Pedro del Papa número 235 de la Iglesia Católica, el último jueves del mes de mayor advocación mariana, el Jurat en Cap Josep Bodí, propuso la petición del “molt reverent Clero y capellans de la Vila” de que se nombrara por patrona a la “Purísima Concepció de nostra Senyora per ser son tots los vehins de la present Vila tan devots de dita Purísima Concepció”.

Aquella memorable jornada quedaba dibujada en los muros del templo gótico de Santa María, donde las campanas redoblarían con su sones únicos e inconfundibles, recordando cada año el cumplimiento de tan importantísima decisión, haciendo que se cumpliese el rito, la rendición de pleitesía, el ofrecimiento de oraciones y hasta miradas de amor y espera a su soberana patrona.

La Villa, que el 1 de junio de 1643, propuso en “Consell” declarar fiesta de guardar el día de la Patrona, desde el atril de su fe y devoción, no dejó de festejar con solemnidad a su antiguos patronos en los días previos al 8 de diciembre, recordando momentos históricos como pandemias, rogativas y acciones de gracia.      

Ontinyent que esconde muchas historias sorprendentes en sus viejas calles y plazas, bucea en el océano de sus anales y revive la belleza de aquellas primeras fiestas que según  el canónigo de la diócesis Orihuela-Alicante, e hijo de esta ciudad, el Pbro. D. Gonzalo Vidal Tur, fue la alta nobleza fontana (ontinyentina) la encargada de organizar y costear cada año la solemnidad religiosa del día 8 de diciembre en la iglesia plebana y los festejos populares de la Villa. Los del primer año del patronazgo, lo fueron por dicha nobleza conjuntamente considerada; pero los de los años sucesivos, por cada uno de los titulados, siguiendo el riguroso turno que se estableció. Así, pues, en el año 1643, la encomienda recayó sobre el Marqués de Colomer; en 1644 sobre el de Mergelina; en 1645 en el de Vellisca; en 1646 el de Berbedel y en 1647 en el del Vizconde de Miranda, último de aquel turno, por lo que en 1648 tuvo que entrar nuevamente en acción el Marqués de Colomer y luego, por el orden indicado, los otros títulos nobiliarios.

Cobrando gran relevancia en tan señalado siglo, por su esplendidez y fastuosidad, los que tuvieron lugar en 1662 tras conocerse el martes 17 de enero, la suscripción del breve “Sollicitudo Omnium Eclesiarum”, pronunciada el 8 de diciembre de 1661 por el Papa Alejandro VII declarando “que la Virgen María, Madre de Dios, fue preservada de la mancha del pecado original en el primer instante de su concepción”. Cuyo registro de la mano de su plebán Josep Navarro, intitulado “Relación de las fiestas que se hicieron en la Villa de Onteniente por el breve de Alejandro VII” nos describen la ornamentación y los múltiples actos y sacras ceremonias que, junto al júbilo, ornaron la hermosa imagen de plata labrada por un anónimo orfebre en un momento del renacimiento que Valencia cultivó con gran esmero.

Es digno de ser conocido el orden y la constitución de las procesiones de la Purísima con la intervención de los habitantes y autoridades de la Villa, vestidos de gala junto con las comunidades religiosas y la parroquia de Santa María, como era costumbre en estas fiestas. Probablemente la procesión fue encabezada por una compañía de arcabuceros, seguida de un buen grupo de pobres con imágenes de la Purísima bordadas en el pecho y encabezados por el notario de la villa. Sucedían los gigantes con su tambor y niños vestidos de ángeles. Seguían las cofradías y los gremios, algunos con carros o rocas, “Cordellers” con San Antonio de Padua o los “Peraires” con San Miguel Arcángel. A continuación la cruz de la tercera orden de los Descalzos cuyos hermanos llevaban a San Benito Paleroso, a estos seguían la Orden de San Francisco acompañando a San Francisco, después los PP. Descalzos llevando a San Pascual Bailón, cerrando los dominicos con la imagen de su fundador Santo Domingo de Guzmán. Finalmente participaba la Cruz Procesional, el Clero de Santa María acompañando la imagen de la Patrona, nobles y autoridades de la Villa.   

La devoción de Ontinyent a su patrona canónica constituye un legado que se extiende por más de cuatro siglos y medio. A lo largo de este tiempo se ha registrado numerosas festividades en honor a la Inmaculada Concepción, comenzando por las extraordinarias de 1622 (tal y como relatamos en el programa-revista del año 2015). Constituyen un testimonio del paso del tiempo, de la sociedad que en cada instante las trabajó, vivió y disfrutó, dirigiendo siempre su mirada a su dulce imagen de plata.

Rafa Gandia Borredá

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